Una vez a la semana, Pedro Dueñas sube a la Rasa, una pequeña colina que da resguardo al pueblo de Espeja de San Marcelino en Soria. En su zona más alta, situada a unos escasos 80 metros de los últimos corrales y naves del pueblo, Pedro deposita restos frescos de animales obtenidos de una carnicería.
Pedro lleva muchos años haciendo ese pequeño regalo alimentario a los cientos de buitres comunes que planean continuamente por esa zona, limítrofe con el Parque Natural del Cañón del Río Lobos. Los buitres lo conocen tanto que muchos de ellos no tienen ningún miedo y bajan cuando Pedro todavía anda a escasos metros de ellos.
Y empieza un espectáculo de esos que solo la naturaleza nos es capaz de regalar. Varias decenas de buitres que antes no se veían en cielo, empieza a bajar rápidamente a buscar algo de comida. Impresiona ver pasar cerca tantos buitres con una envergadura alar que puede llegar a los 2,65 metros y oír el ruido que generan al desplegar sus enormes alas para frenar su bajada. Rápidamente se suceden las peleas por conseguir algo que llevarse al pico. Y en menos de 10 minutos desaparece todo rastro de comida. También hacen acto de presencia algún cuervo, que listos como son, siempre consiguen disfrutar de una parte de su botín.
Y si estamos de suerte, como la que tuve yo en uno de los días, aparece la gran joya que tiene Espeja de San Marcelino, y no es otra que el veraneante Alimoche, una especie actualmente considerada “en peligro”. Desde hace unos años, una pareja de alimoches se establece en un rincón rocoso a unos cientos de metros del pueblo y cada año están sacando una cría. En la foto
aparece un ejemplar adulto llevándose un gran hueso, algo que los buitres no se van a comer.
Desde aquí solo decir: ¡Muchas gracias Pedro por tu enorme contribución a la naturaleza!
Esta entrada también está publicada como reportaje en el N10 de AFPVisual, la revista digital de la Agrupación Fotográfica Prat