… que se dice pronto, pero quince años son los que separan mi primera, de mi última visita a París.
Y estos 15 años han sido de auténtica revolución en la fotografía.
El primer viaje, cargado con dos cuerpos de cámaras, por supuesto de las hoy llamados analógicas, pero vamos, las reflex de carrete de toda la vida. Una Nikon F-601 AF y una Nikon F-401 X. Una cargada con diapositivas y la otra con carrete de blanco y negro. Una bolsa enorme con 4 objetivos (un 28, un 50, un35-70 y un 75-300, todos ellos Nikon, al margen de una veintena de rollos de película, varias baterías, pilas y un flash que no utilice en la semana que me pasé en París).
15 años más tarde, un solo cuerpo de cámara digital, la Nikon D300 y el polivalente objetivo Nikon 18-200 que sin ser un «pata negra», ya aporta buena calidad de imagen. Un par de tarjetas de memoria y mochila pequeña, colgada a la espalda, nada más.
Y delante, la Torre Eiffel, supongo que uno de los monumentos más fotografiados del mundo. Creo que en ambos viajes la estuve fotografiando desde todos los ángulos, formas y maneras (si además algo tiene esta torre es que la ves desde medio París).
Dos fotos parecidas en el encuadre, con un contrapicado mucho más pronunciado en la primera, buscando esa diagonal tan marcada hacia la punta superior y la segunda algo “más sosegada”, en parte obligado por las condiciones de escasa luz, que me obligaban a abrir mucho el diafragma y a disparar a velocidad muy lenta (con la cámara en mano, que el trípode sí que no cargo ni loco).
Dos fotos para compartir, 15 años de diferencia y esa maravillosa ciudad que es París.
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